Manuel Cabieses Donoso
Rebelión
Después del fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), lo único razonable es que Chile y Bolivia inicien el diálogo amistoso que el mundo les está pidiendo. No basta con las comisiones que tratan problemas fronterizos, comerciales, migratorios, etc. El episodio de La Haya debe impulsar las relaciones chileno-bolivianas al más alto nivel. Ha llegado el tiempo de reanudar relaciones diplomáticas a nivel de embajadas para facilitar el diálogo. Y -¿por qué no?- de programar visitas presidenciales que subrayen la nueva etapa que comenzarán a vivir las relaciones de países hermanos.
Hubo tiempos mejores en las relaciones chileno-bolivianas, como las de los años 50 por ejemplo, cuando el canciller Horacio Walker, padre de la Democracia Cristiana, planteó la idea de un corredor boliviano al Oceáno Pacífico.
En abril de 1952 estalló una revolución nacionalista en Bolivia que tuvo importante influencia política en Chile. Los trabajadores bolivianos, en particular los mineros, junto con fuerzas policiales, se rebelaron contra el gobierno de la “rosca” oligárquica de Patiño, Hochschild y Aramayo, amos de la minería. Fueron días de enfrentamientos que se vieron coronados por la victoria popular al costo de centenares de vidas. La gesta popular boliviana permitió la nacionalización de la minería, la reforma agraria, el voto universal y la disolución y reforma del ejército (lo cual sólo sería en apariencias). Fue la primera insurrección de trabajadores en América Latina. Pero todavía faltaban siete años para la primera revolución socialista en una isla caribeña, Cuba.
Los años 50 eran de tendencias nacionalistas en Suramérica. Sin embargo estos movimientos políticos y sociales pronto mostrarían sus limitaciones. La revolución boliviana rápidamente se degradó bajo los gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). En 1964 el ejército le dio el golpe de gracias. Los años 50, sin embargo, fueron la época del peronismo en Argentina y de una pálida réplica en Chile: el ibañismo. Con sus luces y sombras los procesos de Bolivia, Argentina y Chile se inter influenciaban y tenían en común el barniz del nacionalismo.
La revolución del MNR en Bolivia encontró eco solidario en Chile. El Partido Socialista Popular (Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda), el Partido Agrario Laborista y el Partido Femenino (María de la Cruz) apoyaron ese proceso. En 1952 esos partidos levantaron la candidatura presidencial del ex dictador Carlos Ibáñez. La votación femenina volcó una impresionante mayoría en favor del viejo general que levantaba una escoba para barrer la corrupción de los gobiernos del Partido Radical. El presidente argentino, general Juan Domingo Perón, visitó Chile y Bolivia. Fue orador en grandes asambleas populares en ambos países.
En agosto de 1955 el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo, hizo una visita de estado a Bolivia. El embajador de Chile en La Paz, Alejandro Hales (que fue ministro de Ibáñez, Frei Montalva y Aylwin), había preparado las condiciones para un positivo diálogo con el presidente Víctor Paz Estenssoro en el que se abordó la mediterraneidad de Bolivia.
En los años 70 el gobierno del presidente Salvador Allende efectuó intentos por normalizar las relaciones. Sus propósitos encontraron oídos receptivos en el breve gobierno popular del general Juan José Torres (asesinado en Argentina en 1976). Pero luego se estrellaron con la cerrada negativa de la dictadura del coronel Hugo Banzer, prohijada por EE.UU.
Las relaciones diplomáticas, interrumpidas por Bolivia en 1962, las reanudó en 1975 -hasta 1978- el “abrazo de Charaña” de los dictadores Pinochet y Banzer. Nuevamente Chile ofreció a Bolivia una salida al mar, iniciativa que frustró Perú. El 2004 el presidente Ricardo Lagos ofreció a Bolivia “relaciones aquí y ahora” (Monterrey, México). El 2006 el presidente Lagos asistió a la toma del poder del presidente Evo Morales, el primer presidente indígena de América Latina. A su vez el mandatario boliviano asistió a la investidura presidencial de Michelle Bachelet y de Sebastián Piñera (2010). Con este último no solo dialogó: también jugó fútbol.
Lo que queremos significar con este recuento parcial de hechos positivos en las relaciones chileno-bolivianas, es que después del fallo de la CIJ la actitud honorable y digna de ambos gobiernos es sentarse a dialogar. Somos hermanos y estamos destinados a hacer historia juntos. La guerra fratricida de 1879, impulsada por intereses oligárquicos en ambos países y por los imperios británico y norteamericano, tuvo consecuencias territoriales irreversibles por de pronto. El botín de guerra solo será superado en tiempos de unidad e integración latinoamericana que borrarán fronteras y chovinismos. Sin embargo una salida soberana al mar para Bolivia no es imposible hoy mediante una negociación amistosa y desprejuiciada, con la mirada puesta en el futuro, tal como propusieron anteriores gobiernos chilenos.
La política de “ni un centímetro cuadrado” de costa para Bolivia, es irracional y va contra la lógica de la historia y de la justicia. Es vergonzoso que esa postura arrogante y chovinista, ni siquiera compartida por gobiernos reaccionarios como fueron los de González Videla y Pinochet, sea respaldada por la mayoría de los sectores políticos representados hoy en el Parlamento. Es otro reflejo del profundo retroceso que sufrió la evolución democrática de nuestro país a partir de 1973. Un fenómeno que ha corroído los principios doctrinarios de partidos que se dicen de centro y de izquierda.
Hubo tiempos mejores en las relaciones chileno-bolivianas, como las de los años 50 por ejemplo, cuando el canciller Horacio Walker, padre de la Democracia Cristiana, planteó la idea de un corredor boliviano al Oceáno Pacífico.
En abril de 1952 estalló una revolución nacionalista en Bolivia que tuvo importante influencia política en Chile. Los trabajadores bolivianos, en particular los mineros, junto con fuerzas policiales, se rebelaron contra el gobierno de la “rosca” oligárquica de Patiño, Hochschild y Aramayo, amos de la minería. Fueron días de enfrentamientos que se vieron coronados por la victoria popular al costo de centenares de vidas. La gesta popular boliviana permitió la nacionalización de la minería, la reforma agraria, el voto universal y la disolución y reforma del ejército (lo cual sólo sería en apariencias). Fue la primera insurrección de trabajadores en América Latina. Pero todavía faltaban siete años para la primera revolución socialista en una isla caribeña, Cuba.
Los años 50 eran de tendencias nacionalistas en Suramérica. Sin embargo estos movimientos políticos y sociales pronto mostrarían sus limitaciones. La revolución boliviana rápidamente se degradó bajo los gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). En 1964 el ejército le dio el golpe de gracias. Los años 50, sin embargo, fueron la época del peronismo en Argentina y de una pálida réplica en Chile: el ibañismo. Con sus luces y sombras los procesos de Bolivia, Argentina y Chile se inter influenciaban y tenían en común el barniz del nacionalismo.
La revolución del MNR en Bolivia encontró eco solidario en Chile. El Partido Socialista Popular (Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda), el Partido Agrario Laborista y el Partido Femenino (María de la Cruz) apoyaron ese proceso. En 1952 esos partidos levantaron la candidatura presidencial del ex dictador Carlos Ibáñez. La votación femenina volcó una impresionante mayoría en favor del viejo general que levantaba una escoba para barrer la corrupción de los gobiernos del Partido Radical. El presidente argentino, general Juan Domingo Perón, visitó Chile y Bolivia. Fue orador en grandes asambleas populares en ambos países.
En agosto de 1955 el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo, hizo una visita de estado a Bolivia. El embajador de Chile en La Paz, Alejandro Hales (que fue ministro de Ibáñez, Frei Montalva y Aylwin), había preparado las condiciones para un positivo diálogo con el presidente Víctor Paz Estenssoro en el que se abordó la mediterraneidad de Bolivia.
En los años 70 el gobierno del presidente Salvador Allende efectuó intentos por normalizar las relaciones. Sus propósitos encontraron oídos receptivos en el breve gobierno popular del general Juan José Torres (asesinado en Argentina en 1976). Pero luego se estrellaron con la cerrada negativa de la dictadura del coronel Hugo Banzer, prohijada por EE.UU.
Las relaciones diplomáticas, interrumpidas por Bolivia en 1962, las reanudó en 1975 -hasta 1978- el “abrazo de Charaña” de los dictadores Pinochet y Banzer. Nuevamente Chile ofreció a Bolivia una salida al mar, iniciativa que frustró Perú. El 2004 el presidente Ricardo Lagos ofreció a Bolivia “relaciones aquí y ahora” (Monterrey, México). El 2006 el presidente Lagos asistió a la toma del poder del presidente Evo Morales, el primer presidente indígena de América Latina. A su vez el mandatario boliviano asistió a la investidura presidencial de Michelle Bachelet y de Sebastián Piñera (2010). Con este último no solo dialogó: también jugó fútbol.
Lo que queremos significar con este recuento parcial de hechos positivos en las relaciones chileno-bolivianas, es que después del fallo de la CIJ la actitud honorable y digna de ambos gobiernos es sentarse a dialogar. Somos hermanos y estamos destinados a hacer historia juntos. La guerra fratricida de 1879, impulsada por intereses oligárquicos en ambos países y por los imperios británico y norteamericano, tuvo consecuencias territoriales irreversibles por de pronto. El botín de guerra solo será superado en tiempos de unidad e integración latinoamericana que borrarán fronteras y chovinismos. Sin embargo una salida soberana al mar para Bolivia no es imposible hoy mediante una negociación amistosa y desprejuiciada, con la mirada puesta en el futuro, tal como propusieron anteriores gobiernos chilenos.
La política de “ni un centímetro cuadrado” de costa para Bolivia, es irracional y va contra la lógica de la historia y de la justicia. Es vergonzoso que esa postura arrogante y chovinista, ni siquiera compartida por gobiernos reaccionarios como fueron los de González Videla y Pinochet, sea respaldada por la mayoría de los sectores políticos representados hoy en el Parlamento. Es otro reflejo del profundo retroceso que sufrió la evolución democrática de nuestro país a partir de 1973. Un fenómeno que ha corroído los principios doctrinarios de partidos que se dicen de centro y de izquierda.
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