Ponchos Verdes FM

miércoles, 28 de enero de 2015

El uso de OpenStreetMap en el contexto humanitario

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Entrevista a Séverin Ménard [*]
Traducido por: Ester Jiménez de Cisneros Puig
«El control y la regulación de la información geográfica se han convertido en un desafío económico,
político y social de primera línea que los ciudadanos no deben ignorar. Se enfrentan y se asocian multinacionales de internet, proveedores de acceso, operadoras telefónicas, Estados…»
Sr. Thierry Joliveau (Le Monde)
El proyecto OpenStreetMap (también conocido como OSM) pretende construir una base de datos geográficos de todo el mundo. Este proyecto se califica comúnmente como libre, abierto y colaborativo:
1. Libre, porque la base de datos OSM está bajo licencia ODbL (Open Database License) y porque el entorno de edición de la base de datos está constituida por softwares libres.
2. Abierto, pues, con sólo disponer de unos mínimos recursos informáticos, todo el mundo puede participar en él de forma muy variada (recopilando datos, editando la base de datos, compartiendo trazas GPS, promoviendo el proyecto, utilizando los datos…).
3. Colaborativo, porque los datos los producen pluralidad de personas, las cuales parten del principio de que es esa diversidad la que da fuerza al proyecto y asegura la calidad de los datos.
En realidad, OpenStreetMap representa un caso particular del movimiento Open Data (Datos Abiertos). Para empezar, se trata de un proyecto en el cual lo esencial de cada dato se crea ex nihilo (de la nada), gracias al trabajo de colaboraciones voluntarias. La importación de datos públicos es una fuente posible, pero no es más que una parte minoritaria de las aportaciones. Ya que los datos OSM conciernen a objetos enmarcados en un espacio, todo el mundo puede participar fácilmente, añadiendo nuevos objetos o haciendo correcciones. Al final, el volumen de datos producido es enorme y permite lograr un nivel de detalle sin precedentes.
Para funcionar, OSM no necesita a priori la «apertura masiva» de datos por parte de ninguna empresa o institución pública. No obstante, en estos últimos años, podemos citar varios ejemplos de colaboración entre empresas privadas y la comunidad OSM, algunos de los cuales, muy mediatizados, han contribuido a la promoción de OSM (o simplemente al aumento de la base de datos).
Es el caso del acuerdo establecido en noviembre de 2010 entre Microsoft (propietaria del servicio web de cartografía Bing Maps[1]) y la comunidad OSM, según el cual estos últimos pueden usar libremente las imágenes satelitales de Bing para enriquecer la base de datos cartográficos libre. Por su parte, Bing ha añadido a su mapa una «capa» OpenStreetMap.
El uso de OpenStreetMap en contexto humanitario y de desarrollo: Humanitarian OpenStreetMap (HOT) 
En el caso concreto de la ayuda humanitaria cabe destacar que después del seísmo del 12 de Enero de 2010 en Haití hubo una contribución sin precedentes por parte de empresas privadas a la respuesta de crisis en lo relativo a la información geográfica. Empresas y organizaciones internacionales como GeoEye, Digital Globe, Google y UN-SPIDER, que producen imágenes satélite o distribuyen imágenes aéreas, decidieron liberar sus imágenes recientes relativas a las zonas afectadas. Y el Banco Mundial financió de nuevo vuelos para producir imágenes actualizadas y las distribuyó gratuitamente a la comunidad CrisisCommons[2]. En la mayoría de casos las imágenes han pasado a ser de dominio público.
Sin embargo, una de las trabas a la liberación de imágenes en contexto de crisis para el proyecto OpenStreetMap podría ser la licencia ODbL de OSM, incompatible con una restricción NC (no comercial). En los países empobrecidos los datos geográficos
son inexistentes o, si existen, son de difícil acceso y están en un entorno generalmente restringido (esto último también sucede en la ma yoría de países desarrollados). Las proveedoras de datos privados se interesan poco por los países en desarrollo, más allá de sus ciudades capitales.
Comparación del dato OSM disponible sobre Puerto Príncipe (Haití) una semana antes y después del seísmo del 12/01/2010. (Fuente: © OpenStreetMap Contributors)
Comparación del dato OSM disponible sobre Puerto Príncipe (Haití) una semana antes y después del seísmo del 12/01/2010. (Fuente: © OpenStreetMap Contributors)
Ni la población, ni autoridades locales como ciertos servicios públicos, pueden acceder a datos que, paradójicamente, han sido financiados con fondos públicos. En las universidades el estudiantado recibe formación con datos geográficos de otros países (de Europa y de Norteamérica). Pero la información sobre carreteras, edificios, actividades económicas, ocupación del suelo, etc. es esencial para el desarrollo de esos países y para su preparación y respuesta posterior a los desastres que les puedan afectar. Así pues, OSM cubre un vacío informativo y constituye una ventaja real para la educación, el desarrollo y la respuesta humanitaria.
Los datos geográficos son pues un recurso esencial en situación de crisis, pero además representan un factor indispensable para el desarrollo. Con esta premisa, es fácil entender el interés por una información geográfica de calidad y accesible a todos: gobiernos, sector privado, y sociedad civil. Multiplicando el número de personas con acceso a los datos, se multiplican las posibilidades de uso de esos datos y se abre paso a la innovación.
En este sentido, las bases de datos geográficos libres serán en el futuro grandes activos para los gobiernos, las instituciones educativas e incluso las empresas que quieran conquistar nuevos mercados.
El futuro de Open Data
En diez años, OSM constituirá la base de datos espacial más detallada en gran número de países, desarrollados o en desarrollo. Uno de los retos en los que quiero trabajar en los próximos meses es la mejora de la consolidación de los datos a cualquier escala, para que la creación de zonas muy detalladas (barrios, ciudades, regiones) venga acompañada de un afán de exhaustividad a escalas más amplias; por ejemplo: que cada red de carreteras nacional sea cartografiada de forma integral. En diez años, los smartphones estarán por todas partes, y todo el mundo se podrá desplazar usando datos OSM, tanto en los centros urbanos de países desarrollados, como en las regiones rurales de países en desarrollo. Espero también que, en diez años, habrá comunidades OSM activas en todo el mundo, apoyadas por actores económicos que habrán percibido el interés de basarse en datos libres. Otro reto concierne la integración de instituciones geográficas nacionales en este nuevo ecosistema. Que no vean OSM como una competencia sino que aprovechen la gran cantidad de colaboradores voluntarios, muy superiores en número a sus propios cartógrafos y consagrados a la creación de datos geográficos de base. Que se concentren y fortalezcan en las actividades donde su experiencia y sus competencias no serán sustituidas por las colaboraciones de OSM: la validación oficial de los datos según estándares rigurosos y los análisis de todo tipo realizados a partir de esos datos validados.
Parece pues esencial que los estados y las empresas comprendan, si no lo han hecho ya, el interés que supone Open Data, para no anclarse en una lógica de competitividad y de mayor protección de sus datos, sino más bien en una lógica de distribución y colaboración con la sociedad civil, fortaleciendo así su capacidad de acción para la creación y mantenimiento de datos, aprovechando unos medios financieros indispensables para buena la salud y el desarrollo del proyecto OSM.
Desde el punto de vista de la información geográfica, si se desarrolla el movimiento Open Data, sobretodo a través del proyecto OpenStreetMap, el dato bruto tendrá cada vez menor valor de mercado. El valor añadido comercializable de estos datos recae en su representación, tratamiento o análisis. Es esto a lo que se dedica la empresa alemana GeoFabrik[3], que describe su actividad como «la extracción, la selección y el tratamiento de datos geográficos libres».
Así pues, no se puede reducir el proyecto OpenStreetMap a una simple alternativa gratuita a servicios bien conocidos como GoogleMaps, o a una herramienta útil por defecto sólo en los llamados países «en vías de desarrollo». Es necesario que las instituciones estatales y la esfera económica vean en OpenStreetMap una oportunidad real para el desarrollo económico y social de los territorios.
Conclusión
El desafío particular de la información geográfica y la potencia del proyecto abierto, libre y colaborativo OpenStreetMap ofrece un marco interesante para comprender, de manera más general, los factores clave de éxito de los proyectos que se unen al movimiento Open Data. Es particularmente necesario que se desarrolle una colaboración de calidad entre los miembros de una comunidad abierta y voluntaria y los actores públicos y privados; y que estos diferentes actores comprendan el interés común que representa esa cooperación.
A este respecto, podemos citar al texto de Nicolas Gignac en el blog democratieouverte.org:
«No hay que ver la publicación de datos abiertos geográficos como un fin en sí mismo, sino conseguir que las organizaciones que abren sus datos desarrollen un entorno abierto (combinando, tanto como sea posible, software libre, datos abiertos y estándares abiertos) permitiendo igualmente a los ciudadanos participar en la mejora de la calidad de esos datos, y alcanzar así una colaboración completa entre la sociedad civil y los productores de datos. A largo plazo, eso permitiría mejorar la eficacia de las administraciones públicas al estimular la participación, la innovación, el incremento de datos, la colaboración constructiva y la mejora de la calidad de los datos geográficos»[4].
[*] Este artículo ha sido elaborado a partir de una entrevista a Séverin Ménard, coordinador del proyecto Humanitarian OpenStreetMap Team (HOT), realizada por Raphaël Traineau y Augustin Doury.
[4] Para más información, ver «activation en République Centrafricai­ne»:
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Mapeando conflictos ¿Hacia una nueva ecología política estadística? Entrevista a Joan Martínez Alier

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Entrevistador: Santiago Gorostiza
Desde sus inicios, el uso de la cartografía ha ido ligada al poder. Mapear los territorios y sus recursos ha sido el paso previo a su explotación. Sin embargo, con la emergencia de las nuevas tecnologías de la información esta poderosa herramienta también puede ser usada por los grupos de resistencia. ¿Hasta qué punto crees que esto representa un cambio histórico?
No creo que llegue a ser un cambio histórico, es decir, que refuerce tanto las comunidades locales como para que cambie la pauta del metabolismo social mundial. Eso no vendrá por los inventarios y mapas de conflictos sino por la resistencia local y global, y los mapas son una pequeña ayuda. Muchos grupos indígenas hace años que piden mapas para establecer los límites de sus territorios, no se fían de los mapas oficiales.
La idea de hacer inventarios y mapas de conflictos ambientales tiene para mí dos orígenes. Desde 1990 nos habíamos reunido Víctor Toledo, Bina Agarwal, Ramachandra Guha, Enrique Mayer y Stefano Varese para ver si conseguíamos financiación para un gran proyecto de estudio de conflictos ambientales, del «ecologismo de los pobres e indígenas». Algo hicimos pero no conseguimos la financiación que queríamos. Algunos continuamos en la misma línea, otros (como Ramachandra Guha) se han ido en otras direcciones y no hay nada que criticar. Víctor Toledo presenta ahora un inventario de 200 casos en México y está en plena forma. Al aumentar el metabolismo social aumentan los conflictos ambientales.
En 1992 publiqué De la economía ecológica al ecologismo popular, luego con Ram Guha publiqué Varieties of Environmentalism. Essays North and South en 1997 (con el paralelismo entre el movimiento de justicia ambiental en EEUU y el ecologismo de los pobres en el Sur del planeta), y en 2002 publiqué El ecologismo de los pobres: conflictos ambientales y lenguajes de valoración. En esos libros mencionaba y analizaba someramente unos ciento cincuenta o doscientos casos de conflictos ambientales en el mundo, en un estilo anecdótico que me dejó algo insatisfecho, no en un estilo sistemático como estamos haciendo en las fichas de EJOLT para el Atlas de Justicia Ambiental. En esos libros está la raíz principal de EJOLT. Y a la vez, en el contacto personal, la amistad y los inventarios y cartografías de organizaciones ecologistas como OCMAL (el observatorio de conflictos mineros en América Latina), el WRM con Ricardo Carrere recopilando casos de estudio sobre conflictos en el tema «las plantaciones no son bosques»… Es un enorme trabajo. Lo hacen por militancia y para ayudar a quienes protestan. Al mismo tiempo, es una información excelente. Lo mismo el mapa de las injusticias ambientales de Marcelo Firpo Porto, Tania Pacheco en Brasil con 400 casos, el intento de Oilwatch ayudada por Andrés Barreda de mapear conflictos
de petróleo en el mundo. De ahí, y de la India (de Anil Agarwal y Sunita Naraindel CSE desde la década de 1980 y tantos otros), y de Nnimmo Bassey y ERA en Nigeria, vino la idea de EJOLT.
Imagino que se puede seguir la génesis de EJOLT siguiendo la revista Ecología Política que empezamos en la editorial Icaria en 1990. Por ejemplo, conflictos sobre las plantaciones de pinos de FACE en Ecuador para absorber dióxido de carbono holandés, conflictos de biopiratería con Shaman Pharmaceuticals, una entrevista hace muchos años con Ashish Kothari – quien es ahora tan conocido con su propuesta de una Radical Ecological Democracy – todo eso está ya hace 20 años en la revista Ecología Política. Pero en Ecología Política no hemos hecho buenos mapas.
El historiador del anarquismo Max Nettlau (1865 – 1944) viajó por toda Europa recogiendo información sobre los movimientos sociales de su época, y su trabajo dio lugar a la creación del International Institute for Social History (IISH) de Amsterdam. ¿Ves alguna vinculación entre el compromiso personal de Nettlau y las aportaciones que realizan los activistas que contribuyen a proyectos como EJOLT?
Veo muchas vinculaciones, yo tengo una gran admiración por Nettlau y por el IISH en Amsterdam. Además los papeles de la editorial anti-franquista Ruedo Ibérico (con la que colaboré bastante entre 1965 y 1980) están en el IISH. Alguna vez he hablado con gente del IISH de que se debería hacer un esfuerzo para recoger los archivos y guardarlos (se pueden digitalizar) de las organizaciones de justicia ambiental en el mundo, como la confederación de Friends of the Earth International (que además tiene la sede en Amsterdam) o muchas otras como Acción Ecológica de Ecuador, ERA de Nigeria, WALHI de Indonesia… centenares de organizaciones, para poder hacer más adelante la historia del ecologismo popular. Estas organizaciones son en general de la década de 1980. Es una cosa urgente. Por ejemplo, no sé en qué estado pueda estar el archivo de Ecologistas en Acción en Madrid, o el archivo del CEPA en Catalunya, y el de muchas organizaciones locales, algunas habrán desaparecido y también sus archivos.
Uno de los riesgos del uso de mapas y estadísticas para la descripción y análisis de conflictos es que a escala global la disponibilidad de información es muy diferente, debido, por ejemplo, a los distintos contextos políticos. Esto podría llevar a equívocos en el análisis estadístico. ¿Cómo crees que se puede afrontar este tema? ¿Supone una limitación importante para casos como el proyecto EJOLT?
Ya veremos. Depende del análisis estadístico que hagas. Los datos del Atlas se convertirán en artículos de periódico, o a veces en documentales, pero también en artículos para revistas académicas y veremos qué ocurre, qué críticas recibimos y cómo las solucionamos. Hay cuatro o cinco artículos ya enviados. La idea de hacer un inventario global de conflictos ambientales y de ponerlos en mapas es muy ambiciosa, vino en parte del entusiasmo juvenil de Leah Temper que ha acabado en octubre de 2014 su doctorado en la UAB. Ella estuvo unos meses en Berkeley en 2010 y se la explicó a Michael Watts, quien por lo visto le dijo que era imposible. Pero sin embargo la pusimos en el proyecto EJOLT. Nos tomó un año, todo el 2011 y algo más, ponernos de acuerdo en el contenido de las fichas. Está todo inspirado por la historia social, por Charles Tilly, y también por los inventarios y mapas de algunas organizaciones ecologistas.
El problema que tenemos no son los contextos políticos, es decir si en Honduras o Guatemala hay tanta represión (que sí la hay) que nos impidiera recoger las fichas con los 10 o 15 conflictos ambientales más importantes. No hay problema en recoger datos a distancia, a través de organizaciones o de académicos. En China, nuestra colaboradora principal es una profesora de universidad pero queremos también encontrar organizaciones ecologistas. El problema es que en el pequeño equipo en la UAB no tenemos por ahora un buen conocimiento de China. Además es un territorio muy grande, también lo es Indonesia, por ejemplo. En Filipinas recién empezamos pero no es porque sea difícil conseguir datos, es porque no abarcamos todo. No podemos cubrir todo el mundo con el mismo esfuerzo, por falta de medios económicos. Pero lo vamos a lograr. Nuestro objetivo es alcanzar unos 3000 casos para final de 2017, con amplia cobertura geográfica y temática, si conseguimos financiación adicional. El Atlas ha contado hasta ahora con unos 50 colaboradores (incluyo los que han llenado más de 5 fichas), la mitad de ellos voluntarios.
Se pueden hacer análisis comparativos y estadísticos, en una nueva ecología política estadística, por países o por temas. Por ejemplo, minería de oro, conflictos en manglares… Por ejemplo, si tienes 80 casos de conflicto en plantaciones de palma de aceite (en América, en Asia), ya puedes hacer alguna estadística, que te dé alguna hipótesis. Por ejemplo, las empresas de palma de aceite ¿son transnacionales o son locales? ¿Fracasan más las transnacionales o las locales? Otro ejemplo, ¿es más fácil frenar proyectos de extracción de biomasa o proyectos mineros? El trabajo de análisis está empezando ahora, ya veremos qué problemas hay de representatividad estadística.
Para que exista un conflicto tiene que haber una base material. Pero los conflictos emergen sólo en determinadas condiciones sociales. Por ejemplo, en función de la existencia previa de asociacionismo, de la posibilidad política de expresarse, etc. ¿se puede establecer una relación directa entre conflicto y base material?
Todo el Atlas se basa en un enfoque material. Los impactos sociales y ambientales y los discursos de los participantes en el conflicto son por supuesto recogidos en las fichas. Pero los conflictos se clasifican en primer lugar por el tipo de extracción o contaminación: ¿es un conflicto de minería, un conflicto por infraestructuras, por extracción de combustibles fósiles, por extracción de biomasa, por acceso al agua…? Y dentro de esto, ¿qué producto está en juego: cobre, hidroelectricidad, uranio, soja…? Una lista de unos 70 productos, y puedes también poner otros nuevos que no estaban en la lista. Por ejemplo, ilmenita para titanio.
Muchos conflictos ambientales nacen (debido al aumento del metabolismo social) en las fronteras de la extracción. Y como tú dices, intervienen factores sociales. Por ejemplo, si las afectadas pertenecen a grupos indígenas, ¿eso ayuda a que haya conflicto abierto? También las fichas permiten decir si el conflicto es latente, de intensidad mediana o de gran intensidad (con muertos, etc). Seguramente se pueda estudiar everyday forms of environmental resistance.
Al mapear conflictos ambientales estamos plasmando sobre un punto o un área una determinada configuración de las relaciones entre el medio ambiente, la sociedad y la economía. ¿Por qué mapear conflictos y no alternativas, por ejemplo? 
Si estudias la historia del movimiento obrero, ¿por qué recopilar y mapear huelgas, boycotts, lockouts, y no ocupaciones de fábricas y exitosas cooperativas obreras? Podrías hacer esta pregunta. Una razón es que hay más conflictos que alternativas exitosas que salgan de esas resistencias. Es verdad que las alternativas (la gestión de bosques en los pueblos mancomunados de la Sierra Norte de Oaxaca, por ejemplo) nacen de conflictos (la lucha contra la deforestación por empresas comerciales). Pero muchas veces los conflictos acaban en derrotas del movimiento de justicia ambiental, al igual que muchas huelgas han acabado en derrotas pero merecen ser recordadas y algún efecto histórico han tenido. En el Atlas, por ahora, los casos de «éxito» son más o menos el 20 por ciento. Pero desde luego las alternativas (tanto si salen de conflictos, como me parece que es habitualmente el caso, como si no lo son) también podrían ser inventariadas y mapeadas.
Una vez creados mapas como los de EJOLT, ¿qué interacciones y reacciones habéis recibido por parte de los movimientos de base?
Esto está por ver todavía. En el Atlas estamos llegando a 1300 casos en noviembre de 2014, hay áreas todavía muy vacías, como China. El Atlas se nutre de trabajo de estas organizaciones ecologistas y de académicas. Con OCMAL yo estoy en excelentes relaciones, pero su reacción final va a depender de qué tipo de estudios salgan del Atlas. En Colombia, las organizaciones del ecologismo popular como CENSAT, están contentas del inventario y mapas de EJOLT que ha realizado Mario A. Pérez Rincón, ya han colaborado con él y lo usan. Les parece bien, pero esas organizaciones ya conocen el tema, mejor que nosotros. En Nigeria, en la India, tenemos muchos conflictos recogidos en el Atlas, pero no ha habido análisis todavía.
En general, que la gran cantidad de conflictos sean más visibles, es algo que a las ecologistas populares les gusta. Muestra que esos casos no son NIMBYs (Not In My Back Yard, que se podría traducir como: «no en mi patio»), hay un gran movimiento mundial de resistencia. Seguramente viste que el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, declaró hace poco tiempo en Londres que la resistencia al fracking del gas en Europa la pagaba Putin. En la India, el primer ministro Modi o los servicios secretos dicen que las ecologistas están pagadas por países europeos o por Estados Unidos. Un inventario y mapa como EJOLT muestra que eso son tonterías. El reciente libro de Naomi Klein sobre la justicia climática, con la idea de Blockadia, va a ayudar también. Su inspiración viene del ecologismo local, a menudo indígena, en Canadá y Estados Unidos y también de los Ogoni e Ijaw en Nigeria con la propuesta de dejar el petróleo en tierra para no contaminar localmente y para impedir que se produzca más CO2 al quemar el petróleo, la campaña Amazonía por la Vida de Acción Ecológica desde su fundación y la propuesta Yasuní ITT. Una de las protagonistas del libro de Naomi Klein es Esperanza Martínez, de Oilwatch. Esa idea del ecologismo del Sur de leave oil in the soil, coal in the hole, gas under the grass («deja el petrolio bajo el suelo, el carbón en la mina y el gas bajo el césped») ahora se usa en las campañas contra el fracking en Europa, contra prospecciones de petróleo en Canarias… El Atlas de EJOLT y los informes y libros que salen de EJOLT son una contribución a todo este movimiento global de justicia ambiental, que también existiría por supuesto aunque no hubiera EJOLT. Nosotros somos amanuenses, como lo fue Nettlau. Somos como recicladoras de basuras, una profesión muy útil: recogemos los conflictos ambientales, los clasificamos, mejoramos y limpiamos la información, los mapeamos, los ponemos ordenadamente en la web, en libros o artículos, para que no se pierdan y para que alimenten el movimiento.
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Boletín de noticias hoy 23/02/2024

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