(Un texto donde la clase alta de Tarija halló el mito para criticar a
las sociedades
que son más desarrolladas, justas y no tienen sus defectos; como si, paradójica-
mente, las otras fueran
sociedades artificiosas, frívolas y poco sabias)
Franco
Sampietro
Hay un
libro por antonomasia en Tarija, al que podríamos referirnos en verdad
en mayúsculas: El Libro, que precisa de una vez por todas ser comentado y
puesto en el lugar que se merece. Se trata de un esbozo que no sólo no está a
la altura de su cuasi canonización de que ha sido objeto, sino que le ha hecho
un daño incalculable a Tarija, y que se lo sigue haciendo (no el libro, claro,
sino sus exégetas: el autor no pretendió forjar un texto capital). Y lo
comentamos en este espacio porque tiene que ver con imaginarios urbanos y con
la historia mítica –y mística- de Tarija. Se trata de ´Subdesarrollo y felicidad´, de William Bluske Castellanos y casi
todos los tarijeños deben conocerlo, ya que anda por las veintidós ediciones
(aquí, donde casi nadie lee). Es una especie de texto seminal que los
defensores del tarijeñismo acérrimo han tomado como libro canónico, y del que
parten claramente todos los otros que publica la “literatura oficial” del
departamento, ya sea en prosa o en verso, como ficción o como ensayo, en
formato de poesía o verso de música. (Literatura oficial tarijeña: aquella que
se aglutina en innecesarias -y absurdas- instituciones oficiales, que llega
hasta el esperpento de emitir “carnés de escritor” y que en su resultado no
hace más que la apología de la supuesta nobleza tarijeña, el clima, la flores,
la plaza, el saisi, la flojera, las fiestas, las mujeres. Es decir, sin ningún
tipo de análisis crítico). Libro (o mejor dicho: librito, por sus pocas páginas
y su pobre contenido) cuyas estelas de su veneno son mucho más nocivas de lo
que los tarijeños piensan.
Para
empezar, es un refrito de la doctrina de la bondad del hombre natural
corrompido por la civilización, acuñada por Shaftesbury y popularizada por
Rousseau cuya
teoría Bluske copia punto por punto, sólo que utilizando ejemplos de Tarija. Es
un trabajo mediocre por la prosa de parvulario con que está urdido y que más
bien parece un borrador anotado a la ligera que un libro en serio. Y
finalmente, es un texto nefasto por la ideología clasista que despliega: avala,
defiende y justifica un esquema social
sumamente injusto que ha beneficiado y beneficia aún a la clase
dirigente que siempre manejó a este pueblo económica, política y culturalmente.
Y es que la clase alta de Tarija, nacida y crecida en un ambiente de
privilegio, halló en ese mito un arma para criticar a las sociedades que no son
como ella (que no tienen sus defectos ni son tan injustas, para ser más
específicos); como si las otras sociedades fueran artificiosas, frívolas y poco por las
veintidós ediciones habla de una intencionalidad política más que evidente: más bien grosera.
La razón es sencilla: a la memoria cultural de
Tarija no la llevan a cabo eruditos especialistas, sino individuos influyentes
que pretenden defender sus intereses de clase, en este caso, escudándose en la
cultura. El objetivo prioritario de estos sujetos mediocres (que todos
conocemos y sabemos bien quiénes son) no es conocer el pasado con exactitud sino
lograr que los demás reconozcan su lugar en la memoria colectiva. Ejemplo
palmario de ello es el tratamiento político que se le da a la etnohistoria, que
niega de plano la relación de interdependencia cultural, geográfica, biológica
y poblacional entre la zona de Tarija y el imperio inca en el pasado, dejando
al departamento aislado del resto del país, del continente y del mundo.
Resulta normal, entonces, que se produzca en
Tarija la clase de literatura que se produce. Esto es: un predominio abrumador
del costumbrismo tal cual ya lo hicieron Oscar Alfaro y “San” Bluske. Es decir,
del costumbrismo como ya existía desde el siglo XIX, de raigambre casticista,
sin renovación ni aditamento. Se trata de una escritura autorreferente, que
reenvía siempre a sí misma, leída entre pares y cuyo horizonte no pasa de
Tarija. Una literatura que desconoce por completo a la literatura universal. Es
como si reescribieran siempre el mismo libro inmutable para sus amigos, que no
hace más que alabar los lugares comunes desde que existe este pueblo. El
resultado final es un producto anacrónico y chauvinista que no responde a la
realidad actual de Tarija sino a la necesidad de forjar mitos tranquilizadores.
La primera misión del arte moderno consiste en
problematizar, y ésta en cambio hace el ditirambo del bobarismo más trillado. O
como dijo Oscar Wilde, en el sumun del sentido común: “Lo nuevo es la mitad del
arte”. Natural que los más jóvenes no lean si la literatura es esto: una pieza
de museo, de sopor y engolamiento, que no los representa ni en el fondo ni en
la forma. Y no se trata de una cuestión de talento, sino de actitud. Lo primero
que habría que decirle a estos “escribidores” tarijeños: antes que escribir,
lean.
No es exagerado sostener que la literatura
tarijeña, salvo contadas excepciones (que confirman la regla) viene diciendo lo
mismo y de la misma forma desde hace un siglo. ¿Por qué en vez de esta nulidad
no publican otro texto tarijeño?: en primer término, al gran Jesús Urzagasti,
que increíblemente se desconoce casi por completo. Y si su condición de
chaqueño no lo habilita para ser tarijeño (a tanto llega el provincianismo, la
balcanización del pensamiento), recomendaría, por ejemplo, Él códice de
Tunupa´, de Edgar Ávila, infinitamente superior a ese otro pobre mamotreto.
Lo cierto es que hayamos hoy día en Tarija a una
superestructura donde la antigua oligarquía terrateniente se ha reciclado con
el MAS (la nueva clase hegemónica surgida del evismo), aferrada a las
tradiciones arcaicas (no tan lejos en el tiempo real, pero sí en el simbólico,
ya que Tarija es por completo otra cosa); a una clase media acorralada por la
crisis, pero a la vez imitando compulsivamente a la elite; y a una clase baja
condenada al ostracismo y a la nada, como siempre, sin el menor papel social y
repitiendo que es hija de españoles y vive en un edén (“sucursal del Paraíso”
dice del departamento una canción folclórica).
Y a la Tarija real, por su parte, identificada con el subdesarrollo feliz
(que francamente no existió nunca), cuando se trata ahora de una ciudad mediana
con los defectos de las ciudades grandes del Tercer Mundo puro y duro: ahí
están las estadísticas de la pobreza, la polución, la inseguridad, el
desempleo, la corrupción, la marginación, los servicios básicos, la educación,
la violencia, la usura. Pero a la vez, sin las ventajas que podría haber en una
ciudad mediana (como ser, la movida cultural o social o laboral, que sigue
siendo minúscula). Así, mientras los cambios nos pasan por encima y la ciudad
se complica a un ritmo estrepitoso, la Secretaría de Cultura publica el año
pasado, una vez más -la enésima- su
texto fundacional y anestésico, para mayor gloria del conservadurismo
tarijeñista: una prueba más de que acá nada cambia.
(Posdata:
aceptamos de buen grado cualquier tipo de comentario crítico o refutación de
nuestras tesis, generales o puntuales; no así las ya consabidas amenazas,
difamaciones e insultos).
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